Reflexiones en torno al papel de la juventud en la conservación de la biodiversidad
Una de las características más complejas de la vida en el planeta tierra es su riqueza, la variedad infinita de formas de ser, cambiar e interrelacionarse entre sí, así como la capacidad de devenir y perpetuar la vida. A partir de esta composición, la biodiversidad funciona y se sostiene sobre una red compleja de interacciones, que se articula como sola unidad ecológica. En contrapartida, la estructura social dominante, bajo la lógica de acumulación y progreso, amenaza cada vez más la existencia de la vida a través de la doble explotación que ejerce sobre ella: la de la sociedad y la del ambiente.
La pérdida de la biodiversidad es uno de los problemas más agudos de la crisis ecológica que se desarrolla en la actualidad. Cuando se habla de la pérdida de biodiversidad, generalmente se resume al declive de los porcentajes de especies y la evidente fragmentación de los diversos hábitats, sin embargo, ésta también se refiere a una alteración abrupta de los procesos evolutivos que la sostienen, así como a una simplificación y homogeneización de la estructura de los ecosistemas y el resquebrajamiento de las relaciones que los entrelazan.
La degradación de los ecosistemas, la pérdida de especies y el conocimiento que se tiene sobre ellas, exponen a la humanidad a enfrentar nuevos retos en materia de salud y economía, socavando la capacidad de adaptación y resiliencia inherente a la biodiversidad (Eyzaguirre y Johns, 2006). La acelerada pérdida de biodiversidad ha demostrado la urgencia de la acción coordinada entre gobiernos, empresas y sociedad por medio de convenios para formular y negociar acciones.
En mayo del presente año, Kolijke fue invitado a participar en la Segunda Consulta Nacional “Jóvenes de México” por la Biodiversidad, organizada por la Red Global de Jóvenes por la Biodiversidad (Global Youth Biodiversity Network, GYBN México). Esta experiencia colectiva en la cual participaron jóvenes de diferentes regiones y contextos del país nos invitó a reflexionar sobre la manera en que la juventud es tomada en cuenta para alcanzar acuerdos globales a favor de la conservación de la biodiversidad, particularmente en torno a la negociación del Marco de Acción Post 2020 del Convenio sobre la Diversidad Biológica (CBD), el primer tratado internacional que comprende la diversidad biológica desde los recursos genéticos, especies y ecosistemas, a la par de considerar la biodiversidad como un punto esencial para el desarrollo humano. En el presente año, se encuentran en discusión y negociación las acciones mundiales en torno al próximo marco de acción global del CBD que abarca desde el 2021 hasta el 2030.
Hoy más que nunca es necesario cuestionar la transparencia y confianza en los acuerdos y tratados internacionales, así como la transición de barreras psicológicas a las acciones contra el cambio climático y la pérdida de biodiversidad: la idea de que el cambio deriva de estructuras o jerarquías superiores, en vez de algo que nos corresponde y está en nuestras manos reivindicar (Klein, 2014). Ante esta situación alarmante, hasta hace pocos años nuestro papel en temas ambientales, era firmar peticiones para evitar la extinción de especies icónicas y carismáticas a través del apoyo a las autonombradas “guerras por la biodiversidad” [1], apagar las luces y desconectar electrónicos para evitar el calentamiento global, etcétera. Pero ahora, nos enfrentamos al constante llamado a ejercer nuestro poder como consumidores, pero no para comprar menos, sino para descubrir nuevas y estimulantes formas de consumir aún más (Klein, 2014). El concepto sostenibilidad se usa de forma tan indiscriminada que se ha convertido en una etiqueta más en los productos que nos ofrecen en los anaqueles del supermercado y en la cual solemos depositar nuestra confianza, muchas veces sin fundamento alguno.
Aunque las actuales apuestas para afrontar el cambio climático se dirigen hacia la búsqueda de un sistema de producción alimentario sostenible, la rápida pérdida de biodiversidad y los cambios en el uso de la tierra reducen las oportunidades para diversos sistemas alimentarios tradicionales, en los cuales la vida silvestre juega un papel esencial. Asimismo, prácticas agrícolas tradicionales que proporcionan recursos complementarios y que funcionan como reservorios de biodiversidad, parecen pasar desapercibidas (Eyzaguirre y Johns, 2006). Aunque la búsqueda de metodologías sostenibles en un sistema extractivo es un reto hasta la fecha, el Convenio sobre la Diversidad Biológica, reconoce que una de las principales herramientas para proteger a la biodiversidad ante el cambio climático y otros factores antropogénicos es la expansión y manejo efectivo de áreas naturales protegidas (Carrasco et al., 2020).
El Convenio sobre la Diversidad Biológica, estableció en el 2021 diversos objetivos acordes a las metas de Aichi [2], los cuales pretendían ser cumplidos para el 2030. Dichos objetivos apuestan a la producción, manejo y consumo sostenible para mitigar y reducir las diversas causas de la pérdida de la biodiversidad. Sin embargo, la identificación, protección, restauración y manejo de áreas que cumplan la función de refugio para la vida silvestre, representan un objetivo crucial y con mayor peso para desarrollar estrategias verdaderamente funcionales de adaptación al cambio climático (Carrasco et al., 2020).
A pesar de que la capacidad de incidencia y los impactos en la conservación de la biodiversidad muchas veces resultan difíciles de medir, puede considerarse que el manejo de sitios prioritarios para la conservación, así como el manejo de especies protegidas, son una forma directa de contribuir, sin embargo, es indispensable considerar la diversidad abiótica y la conectividad entre estos sitios (Carrasco et al., 2020). Por otro lado, acciones indirectas como la educación ambiental, investigación científica, las políticas y sobre todo los medios de vida relacionados a la conservación, tienen una función vital (Ballard et al., 2016)
A pesar de que múltiples tratados y convenios, entre ellos el CBD, buscan la participación activa de la juventud, las y los jóvenes suelen no estar explícitamente incluidos como actores en las ciencias sociales ambientales y la investigación científica relacionada con la conservación y la sostenibilidad (Barraclough et al., 2021). En este sentido, el análisis de problemas socioambientales como el cambio climático y la pérdida de biodiversidad, así como la búsqueda de estrategias para la resiliencia requieren urgentemente la consideración de equidad intergeneracional, ya que casi el 50% de la población mundial tiene menos de 30 años (Barraclough et al., 2021). De igual manera, los y las jóvenes son un grupo especialmente vulnerable en términos de salud, educación, seguridad laboral y violencia pero, sobre todo, ante las consecuencias del cambio climático.
Durante años, la participación de los jóvenes en la conservación y el cuidado de sus propios entornos se ha resumido en ámbitos tan generales como el poner la basura en su lugar, sin embargo, ahora resulta evidente la urgencia de un marco para el aprendizaje y la acción participativa. La educación ambiental y las acciones por la conservación que pretenden incluir a la juventud, generalmente no consideran las historias, ambiciones, recursos y redes de los y las jóvenes que son únicos y particulares de los lugares y comunidades donde viven, como consecuencia, a menudo no se sienten empoderados dentro de sus contextos o bien, difícilmente tienen acceso a los medios para emprender acciones significativas que contribuyan a la ciencia (Ballard et al., 2016), específicamente a la biología de la conservación.
Para que la educación ambiental tenga una verdadera incidencia, se requiere una mirada cercana a los procesos de organización, participativos y sus variables, debido a que éstos les proporcionan la capacidad de agencia para aprender y tomar decisiones en el futuro.
Desde sus inicios, el programa socioambiental de Kolijke ha surgido a partir de los deseos, preocupaciones e intereses de la comunidad de Ocomantla. Por ende, los proyectos de educación ambiental se han desarrollado a través de la generación de procesos que destacan la importancia de la identidad, el territorio y, sobre todo, las relaciones preexistentes de los habitantes con su comunidad social y ecológica.
La vinculación de Kolijke con el programa federal Jóvenes Construyendo el Futuro ha brindado una oportunidad única y un suelo fértil para que los y las jóvenes de Ocomantla se involucren significativamente en la conservación de la biodiversidad que alberga este territorio. Asimismo, los proyectos que se desarrollan actualmente en el Centro Comunitario Productivo de Ocomantla (CCPO) involucran el análisis de problemáticas ambientales actuales, pero sobre todo buscan generar un contexto significativo para el aprendizaje de la agroecología y la biología de la conservación desde una perspectiva científica, así como la oportunidad para habitantes de todas las edades de interactuar con su comunidad de manera transformadora.
La evidencia de la investigación de acción-participativa de los jóvenes, en la que ellos y ellas impulsan el proceso de investigación, demuestra que a través de proyectos científicos pueden ganar capacidad, habilidades y confianza para hacer y responder preguntas de manera colaborativa, así como mejorar su conexión con su territorio (Ballard et al., 2016) Replantear la educación ambiental desde los y las jóvenes es parte de la construcción de nuevas estrategias para la resiliencia socioambiental (Krasny et al., 2014).
Las actividades que se realizan en el CCPO, además de representar una fuente de ingresos y mejorar la vida de los habitantes de Ocomantla, son una excelente oportunidad para generar nuevos datos y recopilar información para monitorear las condiciones ambientales actuales y futuras que pueden tener incidencia directa en la conservación de la biodiversidad en su territorio. Por ejemplo, el cuidado y la observación de colmenas de abejas nativas, puede revelar información crucial de las condiciones ambientales, entre ellas la diversidad de vegetación disponible.
La mayoría de los ecosistemas cambiarán de manera rápida y dinámica como parte del cambio global, por ello, desarrollar herramientas prácticas desde los intereses y la participación de los y las jóvenes generará un impacto positivo e innovador para la conservación de la biodiversidad.
Los planes y convenios a favor de la conservación necesitan urgentemente considerar a los agroecosistemas para desarrollar propuestas funcionales que permitan el diseño y desarrollo de alternativas de adaptación al cambio climático, tomando siempre en cuenta las condiciones sociales, las necesidades de las comunidades, y en particular el papel de los jóvenes como catalizadores de cambios sociales y ambientales.
El proceso de transformación agroecológica en la comunidad de Ocomantla, comienza a dar sus primeros pasos para convertirse en un ejemplo para otras comunidades en diferentes sitios del país que buscan medios de vida resilientes, soberanos y sostenibles.
Notas:
[1] Las “Guerras por la biodiversidad” son aquellos conflictos armados en los cuales se busca proteger a las especies más emblemáticas (como elefantes, rinocerontes, jirafas, etc.) de la caza furtiva. Sin embargo, esto involucra diversos conflictos de intereses entre países de primer mundo, desatando violencia entre actores locales, los cuales suelen ser invisibilizados (Neumann, 2004).
[2] El plan Estratégico para la Diversidad Biológica desarrolló las Metas de Aichi, un conjunto de 20 objetivos y metas ambiciosas, que pretenden abordar las causas subyacentes a través de los ámbitos gubernamentales y sociales. Para más información consultar el siguiente link: https://www.cbd.int/doc/strategic-plan/2011-2020/Aichi-Targets-ES.pdf
Referencias:
• Ballard, H., Dixon, C., & Harris, E. (2016) Youth-focused citizen science: Examining the role of environmental science learning and agency for conservation, Biological Conservation, 208, 10.1016/j.biocon.2016.05.024.
• Barraclough, A.D., Sakiyama, M., Schultz, L. et al. (2021) Stewards of the future: accompanying the rising tide of young voices by setting youth-inclusive research agendas in sustainability research, Sustain Earth, 4 (2), https://doi.org/10.1186/s42055-021-00041-w
• Carrasco, L., Papeş, M., Sheldon, K.S. & Giam, X. (2021) Global progress in incorporating climate adaptation into land protection for biodiversity since Aichi targets, Glob. Change Biol., 27, 788-1801, https://doi.org/10.1111/gcb.15511
• Johns, T., & Eyzaguirre, P. (2006) Linking biodiversity, diet and health in policy and practice. Proceedings of the Nutrition Society, 65(2), 182-189, doi:10.1079/PNS2006494
• Klein, N. (2014). This changes everything:capitalism vs. the climate, New York, Simon & Schuster.
• Krasny, M.E., Russ, A., Tidball, K.G., Elmqvist, T. (2014) Civic ecology practices: participatory approaches to generating and measuring ecosystem services in cities, Ecosyst. Serv., 7, 177–186.
• Neumann R.P (2004) Moral and discursive geographies in the war for biodiversity in Africa. Political Geography, 23, 813-336.
• Sadler, T.D., Burgin, S., McKinney, L., & Ponjuan, L. (2010) Learning science through research apprenticeships: a critical review of the literature, J. Res. Sci. Teach., 47(3), 235–256.