Reflexiones sobre la alfabetización y educación con adultos en comunidades rurales

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En 2017, Kolijke llevó a cabo su primera Campaña Educativa en la comunidad de Ocomantla, en donde se impartieron clases de alfabetización y educación con adultos, así como talleres comunitarios. Este proceso fue sumamente importante para establecer vínculos de colaboración con la comunidad y fue un importante punto de partida para el trabajo que hoy realiza el Programa Socioambiental. Este 8 de septiembre, para conmemorar el Día Internacional de la Alfabetización y Educación con Adultos, hemos invitado a distintos ex participantes de distintas campañas de alfabetización y educación con adultos para que nos compartan su experiencia y reflexiones, ya sea que hayan participado dando clases o tomándola.
 
Contestar qué es exactamente lo que hay en esta entrada de El Semillero es una pregunta que me abruma porque casi siempre me faltan palabras para definir qué es lo que hacemos cada verano en las campañas de alfabetización que terminaría por expresarse, en retrospectiva, en este texto colectivo.
 
En algún ensayo Joseph Brodsky dice que hablando del pasado se comprende el significado de la existencia. También dice que (normalmente), “mirar atrás es más satisfactorio que su opuesto”. Por otro lado, en algún lugar leí que los niños aprenden qué son las cosas mediante la señalación -sí, imagínense a los padres señalando a cientos de perros en la calle diciendo “perro”- y que a veces podría ser más útil comenzar las definiciones mediante este mismo proceso… entonces puede que esto que escriba sólo acabe siendo un poco de las dos cosas, un recuento satisfactorio de “glorias pasadas” y algunas señales de lo que hicimos en el verano. Digamos que -entre muchas otras cosas- en años de trabajo con la alfabetización, aprendí cómo se ven, actúan y sienten aquellos con un compromiso.
 
Durante aquellos tiempos, la sala o la mesa de alguien que empezaba como un desconocido creaba un mundo donde dos (o más), formaban algo, si no impensable, improbable durante una clase de dos horas. Se me vienen a la cabeza las palabras de una feminista lacaniana que habla de todas las minorías de este mundo y que de vez en cuando dice cosas interesantes sobre la traducción. Esta mujer, Gayatri Chakravorty Spivak, habla sobre un tipo de fusión entre culturas y lenguas que me recuerda al título de una canción de Radiohead: “Where I end and you begin” (donde yo termino y tu comienzas), cosa que también me recuerda a lo que pasaba en ese par de horas de clases. Nada más (o nada menos) que un encuentro de personas. Spivak dice que cuando uno traduce algo de otra lengua a la propia debe amarlo lo suficiente como para no sofocarlo, para no acabar con lo que está debajo. Debe hacer que se entienda pero no que se sobreentieda y ya no queden rastros del original. Debe, pues, respetarlo en su diferencia. Algo en la relación de estas lenguas debe dar cuenta de lo que cada una tiene de propio; y ahí están de nuevo esas dos horas de clase y la voz de Thom Yorke: There’s a gap in between. There’s a gap where we meet (hay un espacio en el que nos encontramos).
 
Esas dos horas eran ese espacio de encuentro entre dos mundos muy distintos (un mundo de viejos y uno de jóvenes, un mundo de ciudad y otro de campo) en donde a pesar de hablar de letras y números, de historias o Historias se habla sobre todo de esos mundos que tenemos detrás. Así las cosas: un encuentro de diferencias y al fondo (o por todos lados) lo que los lingüistas suelen llamar “el núcleo de las experiencias humanas”.
 
En esa frase de escape de los lingüistas hay algo innegable. Por muy distintas que sean dos lenguas, por muchos mundos que se cuenten con ellas, hay algo que no podemos explicar cuando echas raíces de manera tan inmediata junto a un completo desconocido. Para Spivak, este espacio entre dos lenguas (dos mundos o dos cabezas) sólo se puede sortear valiéndose de la empatía, pero empatía es ponerse en el lugar del otro, ¿dónde quedo yo? La paradoja de la empatía es el efecto secundario de la aniquilación de una de las partes. Sin embargo sucede que uno se puede poner en el lugar del otro sin desaparecer, porque ahí está eso (the gap in between) que los lingüistas decidieron llamar el núcleo de la experiencia humana. Ese algo que nos permite mirarnos y entender por qué a unos nos dio por dar clases en el verano y a otros les dio por tomarlas. Ese algo que durante dos horas se expresó en la resignificación conjunta de las palabras que salían de nuestras bocas.
 
La última vez que coordiné una campaña de alfabetización, en 2014, fui una espía de las clases que se impartían en la delegación de la comunidad de Guerrero en Santiago de Anaya. Sólo vi esto de lo que hablo: dos mundos que se tornaban en uno nuevo sin desaparecer del todo; era una nueva especie de hogar y todos éramos una nueva especie de familia. Lo mismo detecté durante la campaña educativa en Ocomatla tres años después.
Hace unos años vi un documental. La historia es simple: hay un hombre, Phillip Petit, que sentado en la sala de espera del dentista vio una foto de lo que serían las Torres Gemelas y supo de inmediato que debía tender un cable entre sus puntas y balancearse ahí, a 400 metros de altura, por cerca de media hora. En el documental un hombre rompe en llanto contándote que el propósito de la hazaña no era probar tal o cual cosa, sólo (un gran sólo) había que hacerlo porque era algo extrañamente hermoso. Entonces, es en estos dos meses cuando con certeza que atrás de la respuesta de rescate de los lingüistas, ese lugar en donde nos (re)encontramos del que habla Spivak, es también algo que hacemos sólo porque es extraña y asombrosamente hermoso.
 
Anaid Zendejas Escandón
 
 
I
 
Existe mucha gente a la cuál el sistema expulsa de la educación formal y el panorama en el país no parece ser muy diferente que cuando comenzaron proyectos de alfabetización, pareciera que allá afuera todo sigue igual. Pero, en la boca de nuestros estómagos, al lado derecho de nuestros pechos y atrás de nuestros ojos, las cosas no son lo mismo al entrar a un mundo que es imposible catalogar con juicios de apreciación estética porque la fuerza del encuentro entre humanos, lo revelador del diálogo y la palabra, y lo pesado de la lectura recíproca de realidades no es bonito ni feo, no es bueno ni malo. Pero parecerían ser razones suficientes para claudicar, afortunadamente los proyectos comunitarios de educación se tejen desde la posibilidad de construir mejores realidades.
 
La historia de estos proyectos es algo que debería inspirar nuevas ideas; algunos aquí dedican a este su día a día y, sin duda, estas ideas y acciones son bien recibidos por su sensibilidad social y la pertinente comunicación con el otro, todo esto emanado de la formación que este proyecto nos ha brindado. Desde su creación, la alfabetización, ha tenido un modelo ineludible de formación con un tono de concientización y construcción colectiva de convicciones y valores.
 
Las sociedades actuales, industrializadas, marginan a los jóvenes y los guían a querer obtener los saberes industrializados. Te alienan de la acción conjunta y nos convierten en guetos de jóvenes aislados que poco tienden a la comunicación más allá de su esfera. Estas políticas, truncan algo que es natural en toda persona: el momento de compartir con los demás, dar a los demás y comunicarte con los otros.
 
La alfabetización es una forma de ser joven en acción, un individuo activo que básicamente se comunica con su mundo. La educación, como bien irrenunciable unida con dicha comunicación, encadena un cambio social sensible, así sea en pequeñas escalas. Los proyectos comunitarios de educación, al contrario de muchos discursos, pueden cambiarnos a nosotros mismos y a nuestro entorno, y basta con voltear a ver lo cosechado en todos estos años.
 
La alfabetización abre la oportunidad de inaugurar una escuela diferente. Una escuela ampliada; ensanchada en su realidad, donde la gente valiosa brota en todos lados y se abren al diálogo.
Todos aquí sabemos que hay muchas verdades y todas deben de ser escuchadas. Es una gran mentira que la participación social se base únicamente en el ser ciudadano. Este sería otro país si realmente se gobernara de esta otra manera, con la participación verdadera de la gente, con respeto real a lo que es cada quién y con la confianza de que hay una gran inteligencia y una sabiduría que permite llegar a conclusiones consensuadas.
 
La alfabetización es ese lugar donde dos se sienten resguardados, seguros, tranquilos, apoyados… Uno es el refugio del otro. La diferencia es que ese escondite abre la puerta a la infinita imposibilidad de la evasión de la realidad. Eso que muchos están evitando -eso que no sale en la tele, no se imprime en los periódicos, ni se escucha en la radio- se detiene a vernos de frente y a mirarnos por dentro.
 
Claudio H. Martínez
 
 
II
III
 
En casa de Micaelina, me sucedió el día que Anaid trajo un microscopio. Cortamos un jitomate en la cocina, pusimos un poco de jugo en el portaobjetos y miramos a través de los oculares por turnos. Ver un microscopio siempre es emocionante. Era la primera vez que Micaelina lo hacía, y cuando despegó su cuerpo después de un minuto, volteó a vernos anonadada y nos dijo que jamás hubiera pensado que podía haber algo más pequeño que las semillas del jitomate o lo que sus ojos podían ver.
 
Ana Paula y yo compartíamos un salón para dar dos clases distintas. Podíamos escuchar lo que sucedía del otro lado y eso también nos hacía modular la voz, pero también poder chismosear sobre lo que hacía la otra. Un día, Elvia llegó tarde para nuestra clase y me quedé adentro, con Silvia y Ana Paula. Ellas conversaban sobre las lenguas. Ana Paula le preguntó si alguna vez había escrito en náhuatl, y ella le contesto rotundamente que no, porque el náhuatl no se podía escribir.
–¿Pero escribes en español, no Silvia?
–Sí.
–A ver, piensa en una palabra en náhuatl, la que sea. La vamos escribiendo.
Después de hacerlo poco a poco, las palabras de su lengua materna fueron apareciendo en tinta y con ellas, lágrimas.
 
Realizar el método con Elvia le trajo un inmenso goce a mi vida. Íbamos tan rápido y tan fluido, que pensé que valdría la pena experimentar un poco con el método de palabra generadora [1] y privilegiar lo auditivo sobre lo visual. Decidí agregar a nuestros círculos de cultura la palabra “sonido”, por la habilidad de Elvia de distinguir el tipo de pájaro por su canto (oropéndolas, momotos, pepes) y la superficie sobre la que caía el agua de la lluvia por su ruido (agua sobre tierra, agua sobre concreto, agua sobre acero). Primero hicimos una meditación sonora de tres minutos y hablamos de las cosas que habíamos escuchado, partir de ahí, hablamos de nuestros ruidos favoritos y de las melodías que acompañan nuestro día a día. Cuando dimos con la palabra “sonido”, me pareció magia que la palabra apareciera, así nomás, sin ningún apoyo óptico. Fue como si la palabra flotara invisible sobre nuestras manos, pero la pudiéramos ver. Me dijeron después mis compañeros que Freire estaría contento.
 
Elvia y yo acabamos juntas el método. Cuando despegó el lápiz después de terminar de escribir la última palabra que se le ocurrió. Me volteó a ver y me preguntó:
 
–¿Ahora qué sigue?
–Ya terminaste. Ahora ya sabes leer y escribir.
Las palabras golpearon su pecho y comenzamos a llorar de felicidad. Ahora quisiera recordar todo lo que aprendí en nuestros diálogos, quisiera quedarme un poco, pero no puedo. Me queda la sensación, simplemente, de que el mundo se volvía un lugar más acogedor e interesante que el día anterior.
 
Intentamos ponerle nombre a eso que sentimos, porque algo que nos ha quedado claro es que, al nombrar la realidad, creamos realidad. En mi caso, la campaña de educación de 2017 realizada en Ocomantla, estuvo llena de pequeños momentos en donde la vida me transmitió una sensación que podría describirse como “aquí es”, “esto era” o “se abrió un mundo”. Tal vez por eso seguimos ahí. Intentamos, junto con elles, conectar historias de vida, facilitar encuentros significativos y generar saberes en colectivo. Saberes que de otra forma no habríamos adquirido.
 
 
Julia Bravo Varela
 
 
IV
 
Durante mis 4 años de campaña escuché varias veces decir que lo que hacíamos nosotras era un proyecto de siembra. Siempre me dió vueltas en la cabeza qué quería decir eso. La respuesta llegó y se fue una y otra vez. Se construyó. Algunas veces desde cero, otras partiendo de respuestas dadas, en colectivo, en soledad; hubo ocasiones en que fue absurdamente evidente y otras en que parecía desesperanzadamente oculta. Lo más potente de ésta fue que siempre venía acompañada de otra pregunta: ¿qué queremos sembrar? Y es que frente a una realidad tan abrumadora, llena de crisis y violencias; frente a un mundo que se siente de cabeza, estar en un proyecto de educación popular requiere tomarse el tiempo de pensar en estas preguntas y de responderlas, una y otra vez, con el corazón y con ojos de quien quiere ver.
 
Hoy, con un poco de distancia, tanto temporal como espacial, me atrevo a contestar una vez más esta pregunta, de una forma que nunca antes: Lo que sembramos son relaciones. Relaciones en el sentido más amplio que nos permitamos imaginar. Relaciones entre todos los elementos de la situación educativa, con todas sus combinaciones posibles. Entre educadoras y educandas. Entre conocimientos. Relaciones particulares con el espacio y tiempo, el aquí y el ahora en el que se dan las clases, las comunidades y momentos de vida en que acontecen los procesos educativos. Relaciones que no se tenían con el mundo de las palabras, de los números, de los libros. Relaciones en las que haya lugar para la pregunta, que pongan en práctica el diálogo. Relaciones en las que se piense la esperanza, en las que se permita soñar y se ponga la vida en el centro. Encuentros, que son relacionales, entre visiones de mundo y universos simbólicos que nos agrandan el corazón y el pensamiento.
 
La educación es una apuesta política potente y radical porque a partir de construir y resignificar relaciones con las otras y con el mundo, nos devela lo evidente: el mundo no es así, está así y por lo tanto, nosotras podemos transformarlo.
 
Camila Ramírez Araujo
 
 
Notas:
 
[1]: Este método de alfabetización consiste en la descomposición silábica de palabras para formar otras palabras cambiando las vocales. Es decir, si se usa la palabra pala, esta se descompone en los “cachitos” pa y la para dar lugar a las combinaciones pa, pe, pi, po, pu y la, le, li, lo, lu que forman palabras como papa, lupe, la, pelo, etc. Sin embargo, se parte de la premisa obvia de que los educandos-educadores tienen todo un bagaje detrás sobre las palabras, por lo que, previo a la descomposición silábica, hay “círculos de cultura” con imágenes y “preguntas generadoras” que detonan conversaciones y encuentros profundos, en donde el campo semántico de la palabra, así como la experiencia del mundo en general, crecen. Tomando el mismo ejemplo de la palabra pala, la idea es problematizar esa palabra y lo que ella conlleva en el mundo de acción humana: el trabajo, la tierra, las diferencias entre el campo y la ciudad. De esta forma, tanto la palabra como el conocimiento creado en comunidad cobran sentido y se vuelven significativos. Las palabras que constituyen el “método” varían dependiendo el país. En México son: pala, piñata, familia, basura, medicina, casa, vacuna, cantina, mercado, trabajo, tortilla, leche, guitarra, México. Cuando una persona pasa por todas estas palabras, termina “el método”.
 
Colaboraciones:
 
Anaid Zendejas
Coordinadora del Programa de Alfabetización para Adultos del Colegio Madrid de 2010 a 2013, participando en las campañas de Toluca de Guadalupe en Tlaxcala, y Guerrero, en Hidalgo. Actualmente forma parte del equipo de Amigos de Kolijke A.C.
 
Claudio H. Martínez
Ex-alfabetizador entre 1999 y 2002, en las comunidades de San Felipe Neri y Nicolás Zapata en Estado de México y Villarreal, Tlaxcala. Fue coordinador del proyecto de alfabetización del Colegio Madrid en los períodos de 2009 a 2010 y de 2013 a 2014.
 
Julia Bravo
Participó en la campaña de alfabetización y educación con adultos Logos-Vives-IE en 2012 y 2013, en el municipio de Tochimilco, Puebla y en la campaña de educación de Ocomantla 2017. Ha impartido talleres sobre violencia de género en el proyecto socioambiental de Kolijke
 
Camila Ramírez
Su proceso como educadora popular comenzó en 2016, que entré a la campaña de Educación con adultos Logos-Vives-IE. formé parte del proyecto cuatro años, los primeros tres (2016, 2017 y 2018) dando clases en los municipios de Ixtacamaxtitlán y Tlaxco en la Sierra Norte de Puebla y el último (2019) como coordinadora.
 
Dominga Gonzalez
Participó en las clases, talleres y actividades comunitarias realizadas durante la campaña educativa en la comunidad de Ocomantla, Zihuateutla 2017 .
 
Juvenal Vargas e Hizela Hernández
Fueron parte de las campañas de alfabetización y educación con adultos del Colegio Madrid, en Guerrero, Hidalgo en 2013 y 2014 .