La vida y su conservación: ¿trascendencia o inmediatez?

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Hace ya más de tres mil quinientos millones de años que apareció la vida en nuestro planeta: ese insignificante punto azul de nuestra galaxia, una de tantas que hay en la Vía Láctea, en una pequeñísima región del universo.
 
A partir de esa prodigiosa aparición, las formas de vida han ido cambiando en el transcurso del tiempo, han evolucionado hacia millones de formas y estructuras biológicas distintas, unas más sencillas y otras muy complejas, y así, con el pasar de los milenios, se ha desarrollado esa inmensidad de formas de vida que hoy llamamos biodiversidad. Esas formas de vida, esa biodiversidad, se han transformado con el paso del tiempo, a veces de manera suave y paulatina (procesos de selección natural/evolución) y otras veces de manera violenta, por motivos naturales catastróficos que han generado extinciones masivas de especies que nunca conoceremos, de hecho, la inmensa mayoría de las especies que han poblado nuestro planeta están hoy extintas. Una de estas extinciones masivas, por ejemplo, produjo la desaparición de un poco más del 96% de todos los seres vivos que existían en ese momento en La Tierra y de ahí, la diversidad de formas biológicas reinició, nuevamente. Nuevamente, porque así ha sucedido cinco veces en la historia de los seres vivos de nuestro planeta, aunque los porcentajes de pérdida de biodiversidad que estiman los científicos, son muy variables, pero siempre muy altos: en la primera extinción, hace 485 millones de años, se perdió aproximadamente el 85% de los seres vivos; en la segunda, hace 420 millones, el 82%; la tercera, que es de la que ya hablamos, sucedió hace 250 millones; en la cuarta, hace 200 millones, el 76%; y, en la quinta, hace 66 millones, el 75% de la biodiversidad; la sexta es la que, suponen algunos doctos, estamos viviendo hoy. Esto, básicamente se debe a que se calcula que la cantidad de especies que se han extinguido en los últimos 50-60 años, debido primordialmente a algunas de las actividades humanas que llevamos a cabo cotidianamente, es equivalente a las que desaparecieron al final del Pleistoceno, durante la Glaciación Wisconsin, que inició hace aproximadamente 100,000 años y acabó hace aproximadamente 10,000, es decir, durante alrededor de 90,000 años.
 
Toda esta información nos deja muy claro que la vida en la Tierra se aferra a no desaparecer y a diversificarse de manera natural, pero en períodos de tiempo muy largos, desde la perspectiva humana, y que las extinciones masivas han sido, probablemente hasta nuestra aparición en el planeta, producto de fenómenos climáticos, accidentales, azarosos e incontrolables, a diferencia de lo que sucede hoy en día en los sistemas naturales que mantienen la vida en el Planeta Tierra; hoy no son azarosos ni incontrolables, aunque al parecer están empezando a serlo.
 
Si analizamos la historia del ser humano en el planeta, desde su aparición hasta el día de hoy, nos daremos cuenta de que hemos habitado nuestro globo terráqueo sólo “un instante”, en comparación con la historia geológica y biológica del mismo. Podemos ejemplificar esto comprimiendo la historia del Planeta Tierra a un año: es decir, ubicando la aparición de la Tierra a las cero horas del día 1 de enero y el hoy a las veinticuatro horas del día 31 de diciembre. ¡Y para ese instante que llevamos habitando este planeta, vaya lío y destrucción que hemos logrado!
Ruíz Monteagudo, J. (2015). Ciencia en Común. https://cienciaencomun.wordpress.com
En fin, el caso es que, tomando este calendario como una forma más sencilla de comprender estos enormes períodos de tiempo, la destrucción sistemática (interesada en la generación de capital) de nuestro entorno natural inició hace, probablemente, un par de milisegundos.
 
Esta destrucción de la naturaleza nos llevó a muchos conservacionistas convencidos de la enorme necesidad de cuidar de la vida silvestre, a actuar desde hace algunas décadas, a pesar de la incredulidad de la mayoría de las personas respecto a que si continuábamos con las formas en que estábamos explotando irracionalmente los recursos naturales, llegaríamos, tarde o temprano, a una implacable catástrofe ambiental. Las actividades en pro del cuidado del ambiente natural eran consideradas como una rebeldía ante los sistemas político-económicos, capitalistas y globalizantes de esa época de inconciencia total en la historia de la humanidad (años setenta, ochenta y noventa) y que aún hoy, aunque sea ya una terquedad increíble, siguen en boga. Creo que en efecto, no sólo éramos rebeldes, sino también de cierta forma revolucionarios y visionarios de lo importante que era iniciar con la conservación de algunos espacios naturales representativos de los distintos ecosistemas; y tan fue así, que el día de hoy vivimos en una “revolución verde”, que nos mantiene aterrados y que, de no haber sido por las áreas reservadas para la flora y fauna silvestres desde hace décadas, seguramente el problema ambiental el día de hoy sería aún más grave. Lo increíble, es que todavía al día de hoy hay gente que no cree en la necesidad de establecer este tipo de proyectos, de hecho, en muchas ocasiones se nos ha llegado a tachar de “pequeños burgueses desocupados”, por el tema al que tanto “tiempo y trabajo hemos dedicado” y, por otro lado, por no pensar en la gente del campo que podría hacer uso de esas áreas reservadas para la naturaleza, en favor de sus propios intereses (actividades agrícolas, pecuarias, forestales y extractivas en general).
 
Es cierto que en un pasado no muy lejano, las Áreas Naturales Protegidas en México (Parques Nacionales, Monumentos Naturales, etc.) eran decretadas por el poder ejecutivo federal, sin tomar en cuenta la opinión de los pobladores locales, generalmente dueños de la tierra, y se les imponían de manera unilateral las formas en que deberían “dar uso” a sus terrenos y en muchos casos desalojarlos. Posteriormente, el decreto y manejo de esas áreas, ya consideraba la opinión y postura de los distintos sectores sociales afectados por su establecimiento; y, por último, el día de hoy existe un mecanismo voluntario de conservación (ideado por gente que trabaja para Kolijke) de tierras (comunales, ejidales, privadas, empresariales, gubernamentales, etc.) para el establecimiento de reservas naturales: se llaman Áreas Destinadas Voluntariamente a la Conservación (ADVC) y es el caso de La Reserva Kolijke.
 
Hoy más que nunca, en términos de la catástrofe ambiental que estamos viviendo en nuestro planeta, cobran total sentido los proyectos conservacionistas, agregando un plus a los que además tomen en cuenta el desarrollo comunitario sostenible, desde la perspectiva de la identidad propia, hasta la de las comunidades enteras, así como la sensibilización de la valoración del territorio como unidad fundamental de desarrollo sostenible, que es la ideología central del Proyecto Kolijke y en la que hemos basado nuestras actividades de cuidado de la vida, es decir: conservación de la naturaleza, incluyendo en esta, por supuesto, al ser humano.
 
Estoy absolutamente convencido de que, además de lograr la reducción de la emisión de gases de efecto invernadero, acabar con los plásticos de un solo uso y cambiar en lo posible nuestras formas de explotar la naturaleza, entre otras tantas acciones, lo más trascendente e importante hoy es, sin lugar a dudas, la conservación a ultranza (gubernamental, comunitaria, privada, etcétera) de los restos de los ecosistemas nativos que aún quedan en pié y la restauración, seria y sustentada, de la mayor superficie posible de todas las áreas naturales que hemos destruido. Esto llevará tiempo, el tiempo que necesita la vida para desarrollar sus propios procesos, lo que vuelve evidente que debemos empezar ahora mismo lo que debimos haber empezado ayer.
 
En Kolijke creemos que el aferrarse a defender y trabajar por el bien común en un territorio específico y delimitado, en un fragmento real y tangible del mundo, es mucho más efectivo que vociferar en el vacío (entendiendo y sin menospreciar la importancia de la comunicación, el reclamo y la exigencia, a todos y en todos los niveles de la sociedad), esperando a que los otros, los demás, actúen por solos y en contra de sus propios intereses. Esta forma de atender un problema socio-ambiental, in situ, además de ser el posible mecanismo real de una práctica eficaz y responsable, a su vez aporta sentimientos de satisfacción y esperanza en todas las personas, participantes y beneficiadas (aunque creo que finalmente todos absolutamente somos beneficiados por proyectos como este), al devolver su evidente importancia a la vida que permitió nuestra aparición y que hoy permite nuestra presencia en el mundo.
 
Es increíble que, a pesar de estar en juego nuestra propia vida, la supervivencia de nuestra especie en el planeta, sigamos preocupados y amarrados a la intrascendencia de lo material. Hoy necesitamos a todos los seres humanos al servicio de la vida y no a la vida al servicio del ser humano. La vida puede ser pesada o ligera, sobria o ridícula, y trascendente o superficial, dependerá de cada uno de nosotros, y del valor e intensidad que le demos a cada uno de nuestros actos, pero en cualquier caso, necesitamos de osadía y de entereza para ponernos a su servicio, sin mayor interés que el cuidado de la vida misma.
 
Podría concluir diciendo, figuradamente, que lo que hay que restaurar no es la naturaleza, no son los ecosistemas, no es el clima, sino nuestra forma de vivir en este mundo, nuestra forma de sentirlo y habitarlo, nuestra forma de entenderlo, de entender la trascendencia de nuestra presencia, la manera de relacionarnos con nuestro entorno.
 
En definitiva, lo que nos ha llevado a esta catástrofe ambiental es nuestro desinterés por la vida en su más profundo sentido, nuestra segregación de la naturaleza, es decir, del conjunto de seres vivos que constituimos la vida y que nos constituye como seres humanos, como parte integral de nuestro planeta. Detengámonos unos minutos en nuestras agitadas actividades cotidianas y reflexionemos qué es eso que nos empuja a mantenernos vivos, a sobrevivir, a darle valor profundo a nuestras vidas.
 
Pensemos en las formas y no en los fines, en la trascendencia y no en la inmediatez.