Cromatografía: Una técnica menor para la descolonización del suelo
Menor no significa menos importante1. Lo menor es lo sutil, algo que crece en las grietas y se desplaza a los lugares, las temporalidades y las situaciones insospechadas. Lo menor es lo que gesta y a la vez permite que afloren otros movimientos, otros tiempos, otros espacios, otras justicias; es el destiempo, la lentitud, el morar un espacio compartido con otros: minerales, microorganismos, enzimas, plantas, animales.
El suelo, los suelos son un escenario en disputa para que allí tenga lugar un agenciamiento minoritario. Esto significa, para que en ellos no deje de existir la posibilidad de la proliferación, la extensión, la nutrición y el alimento. Cuando hablamos de disputa nos referimos a la conjugación de fuerzas, fuerzas humanas, animales, vegetales, arbóreas, micelareas, fuerzas que se ensamblan para el cuidado y la permanencia. Esto último, no en el sentido de la dominación, ya Cronon en The trouble with Wildnerss; or Getting back to the wrong nature2 nos advirtió cómo, bajo la excusa del cuidado de bosques, se constituyeron parques nacionales en muchas partes del mundo para despojar a sus habitantes nativos y abrirlos al turismo, nueva forma de extractivismo e instanciación exacta de la privatización de la tierra; por el contrario, cuando hablamos de cuidado nos referimos a hacernos responsables de contribuir con la rehabilitación de los suelos, los cerros, las pozas3. En esta misma vía, cuando hablamos de contribuir con la permanencia no lo hacemos pensando en que la vida es infinita, sino aceptando su inexorable finitud, pues no hay algo más ejemplar en lo que a la finitud respecta que los propios ciclos de descomposición y humificación del suelo. Esto, por lo demás, designa la urgencia del compromiso de nuestras acciones. Aunque los suelos tienen la facultad de regenerarse, no son infinitos y mientras sigamos contaminándolos, no podrán permanecer ni persistir en su ser4.
Si pensamos en los distintos modos en que las políticas de la muerte o tanatopolíticas gestionan los suelos, tendríamos que pensar en los proyectos neoextractivos que, aplicando la gran hazaña de la apropiación por desposesión del capital, arrebatan de las manos a las comunidades campesinas, indígenas, eco-aldeas y demás espacios destinados voluntariamente para la conservación, para entregar al gran monstruo bursátil del turismo, la extracción de minerales, el fracking y demás, bajo la consigna utilitaria de que es necesario “hacer productivos” los lugares en donde la vida se gesta y se regenera en su vital ociosidad. En ese sentido también tendríamos que pensar en las formas de instanciación de dependencia que implanta la agroindustria, intoxicando los suelos con químicos y pesticidas, empobreciendo a los cultivadores y guardianes de semillas, bajo la rúbrica de la “mejora” para acelerar la productividad. Respecto de esto, ya muchos procesos socioambientales, comunitarios y ejidales nos han demostrado la falacia que alberga la promesa agroindustrial.
No solo por la ya mencionada intoxicación de los suelos, sino además por algo que aquí nombraremos como desposesión por dependencia. Es decir, cuando se despoja de la vitalidad del suelo, de su salud y de los ciclos orgánicos en donde microorganismos, minerales, enzimas, micelios conviven y co-crean su habitabilidad, se generan ciclos de dependencia en donde los suelos solo pueden realizar sus procesos si están mediados por agroquímicos y pesticidas, en donde los campesinos y guardianes solo pueden cosechar si se sirven de la mal llamada mejora.
Esto último hemos decidido nombrarlo como una forma directa de colonización5, pues al igual que la apropiación por desposesión que hace efectiva la maquinaria extractivista, la desposesión de la vitalidad del suelo por la dependencia de la agroindustria, genera lógicas de dominación en donde los grandes emporios siguen teniendo injerencia sobre la gestión de los suelos, las semillas y toda la vida que abunda en nuestros entornos de habitabilidad.
Como una alternativa respecto de la privatización de las técnicas de cultivo, de las prácticas de conservación de semillas y cosecha de alimentos, y como agencia para la descolonización de los suelos, hemos llegado a la cromatografía6. Una técnica que hemos decidido nombrar minoritaria en cuanto propende por la socialización de los saberes técnicos, por la gestión responsable de los suelos y de los espacios en donde el habitar se asume siempre como algo compartido y común a todos los animales, los vegetales, minerales, para desplegar otras formas de monitorear el estado de la salud de los suelos, de las semillas y por ende de los alimentos.
Esta técnica consiste en tomar muestras del suelo, pasarlas por un proceso de secado y posterior a ello, como si se tratase de una fotografía sin cámara y en la oscuridad, reverlas. De esta suerte de fotografía que se obtiene resulta una imagen que nos permite, de una manera siempre aproximada, conocer el estado de la salud del suelo. Aquí aparece el estado de oxigenación, la presencia o ausencia de microbiología, microorganismos, minerales y enzimas, pero, sobre todo, nos muestra la estructura del suelo. Es decir, la integración o desintegración de estos elementos. A esto último, apelando a Guattari7, hemos decidido nombrarlo, como la transversalidad. Pues este concepto nos permite nombrar la forma en que co-habitan distintas materias al interior del suelo y su inexorable simbiosis. Si el suelo no es transversal, significa que el habitar compartido, co-habitar, está afectado o compactado, por tanto, precisa del cuidado a través de algunas de las practicas contempladas en la agroecología para recuperar y conservar su co-habitabilidad.
La forma en que estos signos aparecen es a través de coloraciones que pueden ir desde una gama de colores cafés, cremas, grises, azules, violetas, naranjas, rojos, entre otros y de ciertas figuras que dan cuenta, en términos cualitativos, de la presencia o ausencia de los elementos básicos que deben componer un suelo, particularmente, si este es usado para el cultivo de alimentos. Dentro de las coloraciones y formaciones de un suelo sano, es decir, no mediado por agroquímicos, está la gama de café que va desde unos más claros a otros un poco más oscuros. Y, respecto de las formaciones, aparecen signos semejantes a las ramificaciones de los árboles o a las nubes8. Si las formaciones son como filamentos segmentados en cada uno de los anillos, significa que el suelo no es transversal.
Entonces, lejos de dedicar este texto para explicar el paso a paso de la cromatografía, nos interesa resaltar dos cuestiones al respecto. El primero es la reivindicación de la técnica como un saber menor común, en cuanto se pone a disposición del cuidado y la permanencia, en este caso de la salud del suelo, para que cualquier persona, grupo o colectiva pueda replicarla en los territorios y de este modo, hacer extensiva la comunalización de los saberes técnicos, que es los mismo que decir, la desprivatización de estos. Lo segundo, tiene que ver con que la desprivatización de los saberes técnicos está ligada, en el caso de la cromatografía, a la desprivatización de los suelos, pero sobre todo a la descolonización de estos, pues una de las principales razones de propagar el uso de esta técnica es que cada persona, comunidad o colectiva pueda, a través de la imagen afectiva del croma, visualizar el estado de la salud del suelo en donde cultiva y pueda emprender un camino hacia de desintoxicación del suelo, es decir, hacia su liberación de la desposesión por dependencia que ha generado históricamente la agroindustria en los territorios.
La noción de salud del suelo que proponemos está al margen de cualquier concepción inmunitaria, esto es, lejos del ideal de lo virgen, prístino e intocado, por el contrario, consideramos la saludo del suelo en el balance de su interacción, de ahí que sea tan importante pensar la conservación en su transversalidad o estructura vital. Si pensamos en el efecto que tienen los agroquímicos y pesticidas no solo en los suelos, sino, en general, en los entornos, nos damos cuenta que su forma de gestionar la vida es a partir de una inmunitariedad que aunque es antropocéntrica, entiéndase esto como una gestión capitalística en beneficio de ciertos sectores de la humanidad, no es responsable en términos multiespecie, pues socava la vida de los insectos, los animales, las semillas y los suelos, y empobrece la vida de las comunidades dedicadas al oficio de la agricultura o de la conservación.
Entonces, aunado a la apuesta por la proliferación de una técnica menor, como la cromatografía, emergen una alternativa para procurar la permanencia de las interacciones biológicas en los suelos que es al mismo tiempo una apuesta por su descolonización, puesto que implica ensamblar fuerzas vitales en contra de la privatización, el despojo y la dependencia, al mismo tiempo que da lugar a una habitabilidad hospitalaria, en donde cada viviente, sin importar cualquiera que sea, importe por el hecho mismo de estar ligado al mundo ontológicamente por el deseo9.
Ahora bien, la cromatografía también puede ser leída como una cartografía cromática que más allá de mostrarnos el estado de la salud del suelo, nos habla de su historia, del entramado biocultural de cada territorio; el estado del suelo nos narra una historia de prácticas de cultivo, de usos técnicos y de saberes agrícolas. En este sentido, el croma se fragua como una herramienta histórica que nos permite reconstruir las interacciones biológicas de un lugar, pero, sobre todo, nos habla de la importancia de pensar el suelo en tanto espacio compartido por una masa heterogénea de vivientes, en donde cada uno de estos, humanos o no-humanos, tiene un rol fundamental.
Retomando las palabras Anne Whiston Spirn cuando afirma que el lenguaje de la tierra es nuestra lengua nativa10, pensamos en que las distintas formas en que agenciamos la descolonización de la tierra, aparecen como condiciones de posibilidad para que emerjan formas olvidadas de comunicabilidad en donde los signos táctiles, cromáticos y demás formas afectivas del lenguaje, engendren formas de vida en donde nuestro habitar sea compartido y aflore, como lo dijo Yi-Fu Tuan, dentro de un registro topofílico, en donde los vínculos humanos con su entorno se fragüen en “ el deleite de sentir el aire, el agua o la tierra […en] el sentir que uno tiene hacia un lugar porque es nuestro hogar, el asiento de nuestras memorias o el sitio en donde nos ganamos la vida”11.
[1] Gilles Deleuze y Félix Guattari, Mil mesetas. Capitalismo y Esquizofrenia. (España: Pre-textos, 2015).
[2] William Cronon, ed., Uncommon Ground: Rethinking the Human Place in Nature, New York: W. W. Norton & Co., 1995, 69-90)
[3] Donna Haraway, Seguir con el problema. Generar parentesco en el Chuthuluceno.(Bilbao: Consonni, 2019)
[4] Baruch de Spinoza, Ética (Madrid: Alianza, 2001)
[5] Malcom Ferdinand, Decolonial Ecology. Thinking from Caribbean Word (Cambridge: Polity Press, 2022).
[6] Ehrenfried E. Pfeiffer, Cromatografía aplicada al análisis de calidad (Chile: Cuadernos Pau de Damasc, 2016).
[7] Félix Guattari, Caosmosis (Argentina, ediciones Manantial: 1996).
[8] Jairo Restrepo y Sebastiao Pinhero, Cromatografía: imágenes de vida y destrucción del suelo (Cali: Feriva, 2011)
[9] Valentina Hincapié Martínez, Apuntes para una ética del vínculo ontológico contingente en: https://artilleriainmanente.noblogs.org/?p=2164
[10] Anne Whiston Spirn, The language of landscape (The United States of America: Yale University Press, 1998).
[11] Un estudio de las percepciones, actitudes y valores sobre el entorno (España: Melusina, 2007).